Para personas no entendidas en materias artísticas, el arte contemporáneo no deja de ser un compendio de creaciones sin sentido en las que los artistas tratan de llamarla atención. En parte no les falta razón, porque una de las premisas del arte contemporáneo es provocar que nos comencemos a replantear cosas. Con la música, pasa algo similar. Es muy conocida la historia de cuando se estrenó en París la obra «La consagración de la primavera», del compositor ruso Igor Stravinsky.
La inclusión de nuevas figuras rítmicas y llevar los instrumentos al límite de sus posibilidades provocó en el público sensaciones muy encontradas. Ese 29 de mayo de 1913 fue un auténtico escándalo para la sociedad parisina, ya que muchos no veían con buenos ojos esas nuevas formas de expresión, mientras que otros lo adoraban. Las crónicas de la época refieren a que se dieron lugar, llevaron a cabo duelos los días posteriores con tal de defender tales posturas.